lunes, 27 de julio de 2009

Tambacounda

Salimos el viernes por la noche de la estación del puerto marítimo. El plan era ir con mi compañera de piso francesa, Marie, hasta Tambacounda y allí ver que tal soportaba el calor. El autobús iba lleno hasta los topes. Es más, el pasillo sólo existió cuando nos montamos y en algunas paradas ya que era cubierto por unas sillas móviles adheridas a otro asiento. Poco sabía yo entonces que ése seria el mejor viaje de los que me esperaban. Pude dormir casi todo el trayecto y no hubo necesidad que padeciera.

En Tambacounda, era cierto, no había nada que hacer. Ni siquiera ir al parque Nikolokova era posible ya que era demasiado caro. Dormimos toda la mañana y después fuimos a recoger a Hussein a una estación de Sept Place (taxis que hacen recorridos de largas distancias llevando a siete personas) y le pagamos el viaje ya que se había quedado sin un duro. Cenamos en un tugurio oscuro que la guía recomendaba como de cocina internacional. El único plato que no era senegalés (que tampoco son muy variados) era una tortilla francesa. Eso sí, a elegir entre con cebolla y sin ella.

Quizás la temperatura subiera en Tambacounda con respecto a Dakar, pero la bajada en la humedad compensaba con creces. Me sentía más fresco incluso que en Dakar. Por la mañana cogí un Sept Place a Dibioli, en la frontera con Mali. Allí cogí otro con un malinés bastante grande y estuvimos a punto de compartirlo hasta Kayes. Pero en mala hora escuché al conductor quien me aseguró que no encontraría ningún Sept Place en Kayes y que era mejor coger un autobús directo a Bamako. Catorce horas me dijeron. Soportable, pensé. Comí un Chef u Chen en un restaurante, compré una botella de agua y varias cajas de galletas.

En el interior del "restaurante"


La dueña del restaurante y su hija en la puerta

viernes, 24 de julio de 2009

El hermano del amigo de Brooke tenía cosas que hacer

Llevamos un día y medio sin electricidad y aún nos quedan otros tres hasta el lunes. Todo gracias al hermano del amigo de Brook, mi compañera de piso americana. ¿Cómo puede ser a causa del hermano del amigo de Brook? Nada más fácil de explicar.

El hermano del amigo de Brook, me explicaron ayer entre tinieblas, era el encargado de pagar la factura de la luz. Pero como había mucha cola y tenía cosas que hacer lo dejó para otro momento. ¿Cómo es posible que alguien que no vive en casa y que no conoce a ninguno de los que sí lo hacemos sea el responsable de pagar la factura de la luz? Ésa es una pregunta que también yo me hice.

La factura de la luz llegó hace más de un mes. Cada uno pagó su parte y Marie, la compañera de piso francesa, que se pasaba el día en casa sin mucho que hacer quedó como responsable de pagarla. Marie estaba teniendo muchos problemas con el novio y sólo se consolaba bebiendo con Hussein y sus amigos. Nadie sabe a ciencia cierta si llegó a ir a la Senelec, la compañía de electricidad local, pero el caso es que dos semanas después la factura aún estaba encima de la mesa.

Entonces Hussein tomó el relevo. Salió una mañana a hacer el recado y se encontró con algo parecido a una sauna colectiva que le intimidó. Pensando que era de mal anfitrión no atender a sus invitados se volvió al piso a beber con ellos. Cuando Brooke le preguntó por el tema le explicó lo imponente que era la perspectiva de la espera y Brooke entendió.

Como Brooke trabaja normalmente hasta las ocho, dejó la tarea para el sábado por la mañana. Desgraciadamente el sábado cayó enferma a causa de una intoxicación. Su buen amigo Muhamadu le preguntó qué podía hacer por ella y ella le contestó que pagar la factura si no le devolvería la salud al menos le quitaría una preocupación. No obstante, mucha gente había dejado para el último momento el pago de la factura y apenas cabían todos en la sala de espera. Ante este panorama Muhamadu le dejó el encargo a su hermano y se fue a dar un chumbo a la playa, ya que calor, hacía.
A su hermano no le habían dicho que la cola era de por lo menos dos horas. Por tanto se fue a la universidad para no perder la clase de Marketing Internacional que tanto le interesaba. Es una lástima que tampoco le informaran de que ése día expiraba el plazo para pagar la luz, porque de lo contrario seguro que habría perdido la clase y el seminario y yo no me habría empachado con todo lo que acababa de comprar y guardar en el frigorífico.

El problema no es tanto la luz, que se puede conseguir con velas; ni la corriente con la que cargar el móvil, que se puede recibir en un centro comercial si consumes algo; ni tan siquiera la falta de frigorífico ya que se puede comer fuera o comprarlo justo antes. El problema consiste en dormir por la noche sin el ventilador. Si ya con el era difícil, sin él es una causa perdida. Anoche intenté dormir en el tejado, bajo las estrellas y junto a un gato renegado. Pero las ceremonias religiosas, que son como nuestros San Fermines, y la humedad me lo impidieron. Hoy me encomendaré a San Miguel y veré qué pasa.

viernes, 26 de junio de 2009

Parto a Tumbuctú

Esta tarde parto a Tumbuctú. La ciudad legendaria, que resuena en mis oídos como lo hacía en los marineros del pasado el Cabo de Buena Esperanza, está a setentaicinco horas en autobús. Pienso ir esparciéndolas para que la falta de aire acondicionado no se me haga del todo pesada.

No sé si llegaré. Por un lado, acaba de comenzar la temporada de lluvias y durante ésta los autobuses no pueden llegar. Por otro, parece ser que el calor que hace es insoportable. Preguntándole a un Senegalés, me explicó:

“Cuando llegas a Tambacunda crees que hace mucho calor. Pero hace más calor en Bakel. Cuando llegas a Bakel crees que ya no puede existir más calor en el mundo. Pero te basta con llegar a Bamako para comprobar que estás equivocado. Si llegas a Tumbuctú en esta época del año, puedes decir con seguridad que sólo hace más calor en el infierno.”

Así que iré paso a paso, viendo como van las cosas y como me deshidrato. Ya contaré más cuando vuelva

Principio suela de zapato


Ayer decidí que si iba a viajar diez días por el interior más me valía coger fuerzas y comer bien. Llevaba más de una semana sin comer carne por lo que pensé que era el momento adecuado. No me apetecía irme hasta el supermercado ni gastar el dinero en el taxi por lo que decidí ampararme en el principio suela de zapato y comprar carne en una carnicería senegalesa.

El principio suela de zapato establece que la posibilidad de que un virus sobreviva es inversamente proporcional a lo negra que salga la carne de la sartén. Puedo decir, de acuerdo a mi experiencia, que es absolutamente cierta. Es más, si uno conseguía quitarse las imágenes de su origen de la mente, hasta estaba buena.

Dios es grande

El otro día por la noche salí con mi compañero de piso a tomar algo por ahí. Pasamos cerca de un grupo de gente que estaba cantando sentada en un corro. Entonaban una canción a coro. Mi compañero, que a estas alturas, y por el bien del blog, va a ser bautizado (muy a pesar de su madre) como Husseyn (pronúnciese Usán), me explicó que estaban cantando una Sura del Corán. El marabú se sentaba enfrente de ellos y les guiaba.

Me quedé impresionado no tanto por la fe de los senegaleses como por la belleza del canto. Por eso, cuando al de dos días se fue la luz y escuché distintivamente una melodía, fui a buscar su origen. Esta vez estaban más cerca de casa. En la calle no había más luz que la que daba la luna creciente. La melodía llegaba desde muy cerca y no tardé en encontrar su fuente. Un grupo de unas diez personas daban vueltas alrededor del marabú y cantaban siempre lo mismo sin interrupción. Me quedé un rato contemplándoles e intenté grabarles, pero estaba tan oscuro que sólo la canción ha quedado.

Al volver a casa le pregunté al novio de mi compañera de piso qué estaban diciendo. Me dijo que repetían una y otra vez “Dios es grande”.

Subiendo arena

Todas las mañanas, de camino al curro, me encuentro con cosas curiosas. Ayer, por ejemplo, comprendí cómo el ingenio puede suplir las carencias. Unos obreros que carecían de un cubo o recipiente similar me mostraron otra forma de subir arena a un segundo piso.

martes, 9 de junio de 2009

Las Horas y los Hoyos

El otro día mi compañero de curro, David, me invitó a comer a su casa. Yo acepté encantado ya que me apetecía conocer su piso. Sabía que vivía sólo y me preguntaba cómo podría permitírselo. Cuando llegué junto a mis compañeros de piso lo comprendimos. El tal piso era una habitación cuadrada de tres metros de lado. Una cama, un gran armario, una televisión y una terraza minúscula que servía de cocina era todo lo que tenía. La puerta no se podía abrir del todo porque lo impedía la cama y en el suelo tuvimos que hacer dos turnos para comer ya que no cabíamos los siete al mismo tiempo. Su novia nos había preparado un "Chef u chen" que no estaba nada malo.

Después de comer salí a la terraza-cocina-despensa. En frente de nosotros había un edificio más bajo, de una sola planta, en cuyo tejado un hombre mayor descansaba bajo la sombra de una pared y otro joven sujetaba una pala de metal. El hombre viejo llevaba un vestido blanco y gorro negro. El hombre joven llevaba unos pantalones largos rotos y oscuros y llenos de polvo y una camiseta blanca sin mangas. El hombre joven era alto, fuerte y esbelto. Comenzamos a hablar sobre los idiomas de África Occidental y su relativa importancia. David argumentaba que el Wolof sólo era predominante en Senegal pero que en el resto de los países era posible moverse con otros dialectos: el pular, el diola, el duala.... El hombre de la pala había entrado al edificio por la puerta de la azotea y ahora salía con una barra de madera en una mano y la pala en otra. Bajo el sol de justicia introdujo la barra en el soporte de la pala. El hombre mayor le dijo algo que no entendí y el joven volvió a meterse por la puerta.

Yo estaba interesado en saber si era posible viajar por todo África sabiendo tan sólo inglés y francés, ya que la mayoría de los países se habían quedado con la lengua de los colonizadores. Mientras me explicaba que en las ciudades, la gente instruida si que hablaba las lenguas coloniales, salió a la carretera el hombre joven por la puerta del edificio que daba a la calle. Apoyados en la balaustrada de la terraza vimos como dejaba caer una piedra de tamaño considerable y comenzaba a golpearla con el extremo desnudo de la barra de madera mientras su mano derecha sujetaba la base de la pala. Los golpes acompañaron un buen rato la explicación de David de que en los pueblos apenas se habla otra cosa que los dialectos locales ya que apenas hay educación. Para entonces David ya había explicado que cuando vivía en Sierra Leona su padre les sacaba de Freetown siempre que podía para hacer campaña política en los pueblos, donde de verdad estaban los votos. Los ruidos acabaron y el hombre entró de nuevo en la casa.

Sin duda no era el momento adecuado para ir a Tumbuctú. La temperatura podía llegar a más de 45 grados en el camino y ningún transporte tiene aire acondicionado. Aparte de que se tardan varios días y la temporada de lluvias está próxima. El hombre joven volvió a salir con la pala. Arrastró un poco de gravilla de la carretera con el pie y empezó a cavar. Entonces es cuando me pregunté qué querría hacer. Pensé que iba a poner un poste allí o que necesitaba la gravilla para construir algo. Para entonces nuestra conversación ya versaba sobre los idiomas más importantes del mundo y su utilidad. Concluimos unánimemente que el inglés, el español y el francés eran los más importantes por ese orden. Tampoco estaría mal saber portugués o, llegados al caso, chino e hindú. David nos habló un poco de la diáspora que había sufrido su familia durante la guerra de su país y cómo había tenido que interrumpir sus estudios.

El hombre joven seguía cavando y ya parecía que había encontrado algo. Se agachó y quitó unas piedras. Supuse entonces que lo que estaba haciendo era llegar a alguna tubería o cable para arreglarlo. Desde donde estábamos podíamos apreciar que tenía la camisa empapada de sudor y el cuello lleno de gotas. Llevaba más de una hora con ésa tarea. Como siguió cavando después de retirar la piedra ya no me quedaban más explicaciones por lo que le pregunté a David si el hombre estaba buscando agua. David comprendió la broma y se rió. Me dijo que no, que estaba cavando para meter la basura. Entonces me reí yo. Pero me miró seriamente y me dijo que era verdad. Que los basureros llevaban varios meses de huelga por que no les pagaban los salarios. Lo único que podían hacer los vecinos era llevar la basura ellos mismos al basurero, enterrarla o dejarla en casa con el consiguiente tufo. Y yo me quejaba por los cortes de agua…

Régimen Cárnico

El otro día, por azares de la vida, descubrí por fin en que consistía en realidad el régimen cárnico. Llevaba años oyendo hablar de éste método revolucionario que había permitido que carnívoros insaciables doblegaran la báscula sin mucho esfuerzo. Se trataba, según había escuchado, de comer solamente carne y nada más que carne durante un tiempo. Así, al faltar hidratos de carbono para metabolizar las proteínas de la carne el cuerpo tiene que metabolizar la propia grasa. En mi caso fue diferente.

Cansado de comer pasta y arroz necesitaba un poco de carne que echarme a la boca. Pero las carnicerías locales no me daban excesiva confianza debido a que la carne no se conserva refrigerada y a veces es difícil entreverla por la capa de moscas que tiene. Hete aquí que un amigo me re comendó una carnicería. Compré, por tanto, un solomillo de vaca para darme un buen gustazo. La carnicería era tipo europea, con neveras, congeladores y los filetes dispuestos en bandejas. Quizás esto es lo que me llenó de una confianza temeraria.

Ese mismo día llegué a casa con los jugos gástricos desfasados. Puse el solomillo en la sartén y esperé. El hornillo senegalés, consistente en una bombona de gas y un soporte para poner la sartén, tardaba bastante en hacerlo. Al fin, cansado de esperar, puse el solomillo en el plato. Estaba bastante crudo por dentro pero como a mi me gusta la carne más bien roja pensé que estaría bueno. Steak Tartar a la africana me dije. Mientras me lo comía pensaba en las palabras que el médico me dijo antes de venir: “No comas nada crudo. Y menos carne”. Como en muchas otras ocasiones de mi vida desoí estos sabios consejos ya que hacía poco había comido sushi y no me había pasado nada. Claro que dar con el hueco vacío del tambor una vez en una ruleta rusa es posible. Pero pensar que el resto de los huecos también estarán vacíos es tentar a la suerte.

Aparte de un estómago algo revuelto ese día no pasó nada. Sin embargo, cuando volví por la noche, tuve que hacer una visita al retrete. Me cayó tan bien que estuve departiendo con él gran parte de la noche, a punto de poner una almohada en la cisterna para estar más cómodo. Por la mañana ya había manchado varios calzoncillos y gritaba de malestar. Finalmente un vómito redentor me libró del sufrimiento agudo pero aún permanecí todo el día en la cama sin comer más que arroz blanco con limón por la noche.

Me miraba en el espejo y me decía que no hay nada que por mal no venga ya que me notaba más chupado y los pantalones se me caían. Aún tardé varios días en comer y beber normalmente. Esto debe de ser el régimen de carne del que se habla tanto, pensaba. Otro de estos y me quedo en los huesos. Lástima que esto no fuera más que una ilusión ya que después de dos semanas de un saludable régimen de cebada líquida y comida rápida ya estaba de nuevo en las dimensiones iniciales. Quizás, a fin de cuentas, el régimen cárnico no sirva para mucho.

Las Tortugas de San Luis

Hace unos años la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN) recibió un informe devastador sobre la disminución de especímenes de la tortuga blanca en las costas de San Luis, Senegal. Lo firmaba un corresponsal de la UNESCO, Francoise Pinord, quien se había desplazado a esta zona calificada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO para hacer pesca de altura. Desalentado porque ningún atún ni pez Marlin picaba el cebo intentó entretenerse divisando la tortuga blanca.

Según los libros de pesca mayor que llevaba consigo, era en esa época del año cuando se emparejaban las tortugas blancas. La Sangre o el Anzuelo, del alemán Helmutt Totter, explicaba que esa zona era terrible para los sedales ya que se solían encajar en el miembro de la tortuga macho. Por su parte Hemingway, en su libro Ni Gallinas Ni Elefantes: Tiburones, describía una cena en la playa servida en la concha de una tortuga blanca y aderezada con filetes de un pez Marlin de ciento cincuenta kilos.

Alarmado por la aparente ausencia de estos seres decidió hacer un estudio estadístico con la muestra representativa con la que contaba, es decir ninguna, y los datos históricos que pudo encontrar en la memoria de los locales, es decir, cero. Dado que el margen de error de este análisis estadístico era de más menos 100%, el grueso del informe se basaba en análisis cualitativos cuya fuente eran los testimonios de los locales, los cuales se preguntaban siquiera si alguna vez habían existido estas tortugas, dando a entender que el proceso de extinción de la especie se llevaba produciendo desde hacía mucho tiempo.

El informe llegó hasta el despacho de Holly Dubin, la presidenta de la UICN, en las oficinas centrales de Gland, Suiza. Puesto que era una persona extremadamente ocupada tan sólo leyó la conclusión del informe, tras lo cual llamó a su investigador predilecto, Pieter Roschild, para que dilucidara la posible extinción de la tortuga blanca en las costas de San Luis. Pieter Roschild no sólo era biólogo marino, antropólogo y supersticioso sino que además apoyaba al Milán y jugaba al bridge.

Una vez sobre el terreno, con una diarrea que a duras penas le permitía moverse con libertad, fue descartando una a una las diferentes hipótesis. Primero comprobó que no podía ser la concentración de plancton en el agua lo que había causado la desaparición de la especie, puesto que esta era la misma que en el Mar del Norte, donde, aunque no haya tortugas marinas, bien podría haberlas. Después pensó que quizás el fósforo de las minas habría contaminado el agua de la costa y por tanto convertido esas aguas en intransitables para los animales acuáticos. Pero con el uso de la lógica y una cerilla descartó esa posibilidad, ya que la llama se extinguió nada más entrar en contacto con la superficie del mar. La última explicación natural que le quedaba era que la ausencia de atunes de la que había informado Francoise Pinord fuera la causa de la rotura de la cadena alimenticia. Después de pescar diez atunes de más de doscientos kilos y un par de delfines que debieran haber sido más listos, comprobó que había igualado la plusmarca de Hemingway, y por tanto, no había habido variación desde su época. Al principio el capitán del barco puso alguna objeción al uso de la goma dos para la pesca pero cuando vio lo que hacía en el mar no quiso comprobar lo que haría en el casco de su barco.

Finalmente, la única explicación racional que le quedaba a Pieter Roschild es que el aumento de la población de San Luis de seis mil habitantes en el siglo XVI a doscientos mil en el 2008 fuera la causa de la desaparición por un desenfrenado gusto por la sopa de tortuga. No obstante, la única sopa de tortuga que encontró en la ciudad fue en un restaurante chino y vio como la sacaban de un sobre.

Superado por este misterio pero resuelto a no irse de allí antes de haber solucionado el enigma se dedicó a consolarse con la pesca de altura y la caza de pelícanos, las visitas a prostíbulos y las confesiones con el santero. Un día el marinero le invitó a tomar el té a su casa como agradecimiento por el kilo de goma dos que Pieter le había regalado. Al entrar en la sala su misterio se resolvió cuando trajeron un par de tortugas blancas a la salita.Para su sorpresa vio como las utilizaban como muebles. No las mataban y luego hacían una mesita con la concha, si no que las tenían vivas como sillas. Más cómodas de trasladar y último recurso en caso de hambruna. Así que se sentó a tomar el té sobre una de las tan huidizas tortugas blancas.

jueves, 21 de mayo de 2009

El Amuleto

El otro día mi compañera de piso, que coordina el programa de prácticas en la ONG y es profesora de desarrollo económico, vino a casa diciendo que había tenido un día muy, muy malo. Todo lo que pude entender, ya que estábamos entre francófonos y su francés es tan malo como el mío, es que un alumno suyo se había ido en pelota picada a la playa después de hablar con un “byfal”. Esto no habría pasado más que por una excentricidad si no fuera porque en Senegal las playas se usan a modo de gimnasio público y están más abarrotadas que El Retiro un domingo. El “byfal”, me he ido enterando después, es como una especie de santero al que le tienen mucho respeto aquí. El alumno en cuestión es un tal Bencent (pronúnciese Vincent), de la universidad de Pensilvania, al que conocí yo. Un tío majo y en apariencia, normal.

El caso es que el sábado pasado, en la fiesta de cumpleaños de esta compañera de piso mía, conocí a un compañero de clase de Bencent, Cody, que me contó la historia de su amigo. Como esa noche descubrí dos botellas de un vino chino bastante asequible que no estaba nada malo de sabor, a la mañana siguiente gran parte de la historia se había perdido. Pero he aquí lo que recuerdo.

Bencent es un tío carismático y listo, pero a veces peca de inocente. En una excursión a la playa con el resto de la clase un santero se les aproximó para pedir dinero. Todos se excusaron excepto Bencent, quien vio en el santero algo que le atrajo. Le dio unas monedas y se quedó escuchando algo de lo que le decía. Parece ser que este santero tenía mucha labia y sabía como llegar al corazón de la gente. Cuando Bencent se despidió el santero le dijo que podía encontrarle en esa zona siempre que quisiera y que siempre estaría dispuesto a hablar con él.

Bencent empezó a frecuentar su compañía y a escuchar las historias sobre los espíritus de los hombres, el cielo y la tierra que el santero tenía que contar. Aprendió que en los gatos se esconden los espíritus intranquilos y que en los animales negros hay un diablo agazapado, que es la sangre de los animales donde residen los espíritus y que hay que adorar a los árboles antes que a nada. Viniendo de Estados Unidos esto abrió un mundo nuevo a Bencent quien comenzó a creer en el animismo. Cody, quien hasta ahora había sido su mejor amigo en Senegal, dejó de verle tan frecuentemente. Un día preguntó por él a la familia senegalesa con la que se hospedaba y le dijeron que llevaba varios días sin dormir allí.

En clase Bencent rehuyó las preguntas sobre dónde había pasado la noche, pero Cany intuyó que las había pasado en la playa durmiendo bajo las estrellas junto al santero. Le preguntó por el amuleto que llevaba. Bencent contestó: “Me lo ha dado el santero. Ha dicho que con este amuleto puedo conseguir todo lo que quiera. Y es cierto. El otro día fue a una tienda. Pedí un bote de aceitunas, me fui sin pagar y no me dijeron nada.” Cody le comentó que eso era porque era blanco y nadie se atrevía a decir nada pero Bencent no lo aceptó. Dijo que también en los restaurantes había comido de gratis desde que tenía el amuleto.

El día que paseó desnudo por la playa, llevaba sólo el amuleto en la muñeca izquierda. Cuando oyeron la historia todos sus compañeros de clase se quedaron conmocionados pues no era nada propio de él. La que más se aterrorizó fue la madre de la familia con la que se quedaba quien era la única que se daba cuenta de la verdadera magnitud del problema. Le echó una bronca inmensa por haber seguido al santero y le reprochó el amuleto. Fue con él hasta el santero y pasó más de media hora gritándole en Wolof delante de Bencent. Hasta que el santero pronunció unas palabras y ella pudo quemar el amuleto. Le explicó que por medio de los amuletos los santeros pueden tomar posesión del alma de las personas.

Bencent tendría que haber cogido un avión de vuelta a Estados Unidos hace una semana. Nadie sabe si lo ha cogido. Mi compañera de piso quiere hablar con sus padres para asegurarse de que ha llegado sano y salvo.

Los Orígenes

Mi compañero de piso es francés. Pero por su tono de piel noté que su familia no siempre había vivido en Francia. Estábamos buscando el museo Thedore Shenger para ir a un cocktail de la embajada de España cuando le pregunté por este tema. Traduzco a continuación lo que me dijo. Lamento que mi francés no fuera suficientemente bueno para captarlo todo.

-En verdad mi padre viene de Senegal. Más concretamente de Casamance. Pero mi famila no siempre estuvo allí. Antes estuvieron en Dakar. Y antes en Tambacounda. Y aún mucho antes, el nicho más grande de mi tribu estaba en Mali. De allí se fueron desplazando al resto de África occidental.

Para no ser menos yo le comenté que la familia de mi padre venía de un pueblecito del País Vasco que lleva el nombre de mi apellido. De pronto nos paró un hombre viejo, fibroso y muy despierto

-¿Qué buscáis? Nos preguntó mirando como una centella a unos y otros ojos.

-El museo Theodore Shenger. Contesté yo tropezándome con las consonantes.

-¿No vais a venir a mi concierto? Ruido. Más ruido. Se pone frente a mi compañero de piso, se yergue, levanta el mentón y le pregunta, con un ligero gesto de la cabeza- ¿De dónde eres tú?.

-De Francia contesta él.

-¿Y antes? Repite el movimiento chulesco de cabeza. De vez en cuando me mira a mi.

-Mis padres vienen de Senegal. Responde mi compañero de piso. Ruido.

-¿Cuál es el nombre de Ruido?

-Albannaa.

-Los conozco.-echa la cabeza para atrás y vuelve a la carga. –Chico, tu tribu vino de Senegal Salsa (cuando los tiempos eran malos y los espíritus se apoderaron de las cosechas). Siempre habéis sido nómadas. Primero os asentasteis en Mali. Ruido.Después seguisteis vuestros rebaños hasta Tambacounda y finalmente os diseminasteis en Dakar. Ruido. Conozco a un Albannaa en Casamance. Se llama Houssein.

- Mi tío se llama Houssein. Mi padre me contó algo de lo que dices. Ruido.

-Dile a tu tío que has estado con Ismael. Ismael de los Fatiah. ¿Conoces a los Fatiah chico? Se acercó aún más y tuvo que levantar el mentón para poderle mirar a los ojos.

-No. Mi compañero de piso no caía en el nombre y temía que si se inventara algo este historiador se diera cuenta.

- Cuando vuelva dile a tu padre que te cuente la historia de los Fatiah. Él se acordará. Salsa y Ruido (Los Fatiah y los Albannaa siempre hemos sido aliados. Hace más de dos mil lunas, cuando ibais de camino a Tombocounda para vender el ganado, los Jolof os atacaron. Sólo los Fatiah os defendimos. Y por esta protección nos distéis más de la mitad de vuestras hijas. Hoy estamos en paz. ¿Bueno, venís al concierto?

-¿De qué?

-De percursión. Yo toco el tam tam. Ruido y ruido y más ruido. Toco todos los jueves a esta hora.

-Luego vamos. Ahora tenemos un cócktail. Le contestó mi compañero de piso con una sonrisa respetuosa.

Cuando se hubo marchado mi compañero de piso me hizo un resumen de lo ocurrido que pasó con bastante ruido. Después empezó a cantar.

-¿Tocas algún instrumento? Cantas bien. Le comenté.

- No. Pero sabes que aquí en África cada tribu se especializa en una cosa. Mi tribu siempre ha cantado para apaciguar a los espíritus.

domingo, 17 de mayo de 2009

Tubáb

Tubab es como se les denomina a los occidentales en Senegal. Tubab es una palabra que viene del dialecto local Wolof y que significa literalmente “blanco”. Aplicado a los occidentales tiene una gran polisemia.

Para empezar, ya de base, quiere decir “el que paga el doble”. No les culpo. Nosotros somos blancos y venimos del mundo rico. Luego si tenemos más dinero tenemos que pagar más. Adam Smith jamás habría estado más orgulloso de nadie que hubiera comprendido mejor las leyes del mercado que los taxistas de Dakar. Si quieres ir a algún sitio aquí existe el transporte público, sí. Pero nadie sabe ni a dónde va ni cuándo viene, por no hablar del espacio que hay. En consecuencia se hace necesario muchas veces coger taxis, que muchas veces tampoco saben muy bien a dónde ir. El proceso de coger un taxi viene a ser así. Se saluda con un “Sadam Alecom” para que se vea que hay cierto conocimiento de la cultura local y no se es un turista de paso. Se puede también utilizar el saludo Wolof “Nangi def” pero se corre el riesgo de que el taxista se empitone y quiera seguir en este idioma, algo que puede resultar algo difícil. Después se le dice a dónde se quiere ir. Invariablemente el taxista dirá que subas para cobrarte a la llegada lo que le de la gana y ponerse hecho una fiera si no se acepta el importe. Por eso hay que preguntar antes por el precio. En cuanto este sea dicho se le baja a un tercio del valor. A lo cual el taxista responde con alguna exclamación y mira al frente hasta hacer una nueva contraoferta. En ese momento se sube hasta algo menos de la mitad de la cifra inicial y se explica que ayer fuiste por ese precio o que no tienes más dinero. En caso de que no haya trato sólo hay que volver a intentarlo con el siguiente que pase. Si han pasado cuatro y ninguno ha aceptado el precio es posible que el precio no sea justo. Normalmente dicen el doble del precio que es.

Tubab también quiere decir “el que se va por la pata de abajo”. Este es un hecho tormentoso con el que cualquier recién venido tiene que convivir las primeras semanas. Otro de los significados es “el que baila como un robot”. Bien es sabido que no son nuestras culturas un referente mundial para la danza.

Un pueblo al sur de Senegal, en la frontera con Guinea, llama a los blancos “los que guardan comida en un armario frío”. Aquí no es costumbre almacenar la comida por varias razones. La más obvia es la falta de frigoríficos. Le sigue que ésta es escasa. Finalmente entra en juego el factor familia y amigos. Es una costumbre arraigada en África el pagar una visita a un familiar o amigo a la hora de la comida para alimentarse de gorra. En caso de que el anfitrión no sólo no les cebara bien sino que además no esperara hasta el final para servirse él, toda la comunidad local le rechazaría, pues es una regla de hospitalidad. Por tanto, para evitar esto, las familias compran cada día lo justo para que se vea que no sobra nada.

Otro significado de tubab es “el que la tiene pequeña”. Hay una tribu que vive predominantemente en Casamance (el sur de Senegal), los mandingos, que son conocidos por su gran miembro al que llaman cariñosamente “celebrité”. Yo no lo he comprobado pero por comentarios que me han hecho algunas chicas parece que la fama es merecida. El último significado que he encontrado de tubáb es “el que tiene que dar”. No sé qué real academia o profesor de universidad se lo atribuyó pero es la causa de que muchos occidentales no quieran salir a la calle en este país. Aquí acercarse a un blanquito, extender la mano y pedir, es tan común como en occidente dar los buenos días. Manadas de niños se cruzan por las mañanas en el camino al trabajo para pedir unos francos. Y si no les das la única explicación que tienen los niños es que eres un infiel tacaño. Porque uno de los preceptos del islam es que darás siempre a los pobres.

El caso es que les hace mucha gracia el apelativo, especialmente a los niños, y es común oírlo cuando se pasa frente a un grupo de africanos o un corro de niños. Tengo que aprender cómo se dice negro en Wolof, pero no sé si les hará mucha gracia.