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martes, 9 de junio de 2009

Régimen Cárnico

El otro día, por azares de la vida, descubrí por fin en que consistía en realidad el régimen cárnico. Llevaba años oyendo hablar de éste método revolucionario que había permitido que carnívoros insaciables doblegaran la báscula sin mucho esfuerzo. Se trataba, según había escuchado, de comer solamente carne y nada más que carne durante un tiempo. Así, al faltar hidratos de carbono para metabolizar las proteínas de la carne el cuerpo tiene que metabolizar la propia grasa. En mi caso fue diferente.

Cansado de comer pasta y arroz necesitaba un poco de carne que echarme a la boca. Pero las carnicerías locales no me daban excesiva confianza debido a que la carne no se conserva refrigerada y a veces es difícil entreverla por la capa de moscas que tiene. Hete aquí que un amigo me re comendó una carnicería. Compré, por tanto, un solomillo de vaca para darme un buen gustazo. La carnicería era tipo europea, con neveras, congeladores y los filetes dispuestos en bandejas. Quizás esto es lo que me llenó de una confianza temeraria.

Ese mismo día llegué a casa con los jugos gástricos desfasados. Puse el solomillo en la sartén y esperé. El hornillo senegalés, consistente en una bombona de gas y un soporte para poner la sartén, tardaba bastante en hacerlo. Al fin, cansado de esperar, puse el solomillo en el plato. Estaba bastante crudo por dentro pero como a mi me gusta la carne más bien roja pensé que estaría bueno. Steak Tartar a la africana me dije. Mientras me lo comía pensaba en las palabras que el médico me dijo antes de venir: “No comas nada crudo. Y menos carne”. Como en muchas otras ocasiones de mi vida desoí estos sabios consejos ya que hacía poco había comido sushi y no me había pasado nada. Claro que dar con el hueco vacío del tambor una vez en una ruleta rusa es posible. Pero pensar que el resto de los huecos también estarán vacíos es tentar a la suerte.

Aparte de un estómago algo revuelto ese día no pasó nada. Sin embargo, cuando volví por la noche, tuve que hacer una visita al retrete. Me cayó tan bien que estuve departiendo con él gran parte de la noche, a punto de poner una almohada en la cisterna para estar más cómodo. Por la mañana ya había manchado varios calzoncillos y gritaba de malestar. Finalmente un vómito redentor me libró del sufrimiento agudo pero aún permanecí todo el día en la cama sin comer más que arroz blanco con limón por la noche.

Me miraba en el espejo y me decía que no hay nada que por mal no venga ya que me notaba más chupado y los pantalones se me caían. Aún tardé varios días en comer y beber normalmente. Esto debe de ser el régimen de carne del que se habla tanto, pensaba. Otro de estos y me quedo en los huesos. Lástima que esto no fuera más que una ilusión ya que después de dos semanas de un saludable régimen de cebada líquida y comida rápida ya estaba de nuevo en las dimensiones iniciales. Quizás, a fin de cuentas, el régimen cárnico no sirva para mucho.

Las Tortugas de San Luis

Hace unos años la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN) recibió un informe devastador sobre la disminución de especímenes de la tortuga blanca en las costas de San Luis, Senegal. Lo firmaba un corresponsal de la UNESCO, Francoise Pinord, quien se había desplazado a esta zona calificada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO para hacer pesca de altura. Desalentado porque ningún atún ni pez Marlin picaba el cebo intentó entretenerse divisando la tortuga blanca.

Según los libros de pesca mayor que llevaba consigo, era en esa época del año cuando se emparejaban las tortugas blancas. La Sangre o el Anzuelo, del alemán Helmutt Totter, explicaba que esa zona era terrible para los sedales ya que se solían encajar en el miembro de la tortuga macho. Por su parte Hemingway, en su libro Ni Gallinas Ni Elefantes: Tiburones, describía una cena en la playa servida en la concha de una tortuga blanca y aderezada con filetes de un pez Marlin de ciento cincuenta kilos.

Alarmado por la aparente ausencia de estos seres decidió hacer un estudio estadístico con la muestra representativa con la que contaba, es decir ninguna, y los datos históricos que pudo encontrar en la memoria de los locales, es decir, cero. Dado que el margen de error de este análisis estadístico era de más menos 100%, el grueso del informe se basaba en análisis cualitativos cuya fuente eran los testimonios de los locales, los cuales se preguntaban siquiera si alguna vez habían existido estas tortugas, dando a entender que el proceso de extinción de la especie se llevaba produciendo desde hacía mucho tiempo.

El informe llegó hasta el despacho de Holly Dubin, la presidenta de la UICN, en las oficinas centrales de Gland, Suiza. Puesto que era una persona extremadamente ocupada tan sólo leyó la conclusión del informe, tras lo cual llamó a su investigador predilecto, Pieter Roschild, para que dilucidara la posible extinción de la tortuga blanca en las costas de San Luis. Pieter Roschild no sólo era biólogo marino, antropólogo y supersticioso sino que además apoyaba al Milán y jugaba al bridge.

Una vez sobre el terreno, con una diarrea que a duras penas le permitía moverse con libertad, fue descartando una a una las diferentes hipótesis. Primero comprobó que no podía ser la concentración de plancton en el agua lo que había causado la desaparición de la especie, puesto que esta era la misma que en el Mar del Norte, donde, aunque no haya tortugas marinas, bien podría haberlas. Después pensó que quizás el fósforo de las minas habría contaminado el agua de la costa y por tanto convertido esas aguas en intransitables para los animales acuáticos. Pero con el uso de la lógica y una cerilla descartó esa posibilidad, ya que la llama se extinguió nada más entrar en contacto con la superficie del mar. La última explicación natural que le quedaba era que la ausencia de atunes de la que había informado Francoise Pinord fuera la causa de la rotura de la cadena alimenticia. Después de pescar diez atunes de más de doscientos kilos y un par de delfines que debieran haber sido más listos, comprobó que había igualado la plusmarca de Hemingway, y por tanto, no había habido variación desde su época. Al principio el capitán del barco puso alguna objeción al uso de la goma dos para la pesca pero cuando vio lo que hacía en el mar no quiso comprobar lo que haría en el casco de su barco.

Finalmente, la única explicación racional que le quedaba a Pieter Roschild es que el aumento de la población de San Luis de seis mil habitantes en el siglo XVI a doscientos mil en el 2008 fuera la causa de la desaparición por un desenfrenado gusto por la sopa de tortuga. No obstante, la única sopa de tortuga que encontró en la ciudad fue en un restaurante chino y vio como la sacaban de un sobre.

Superado por este misterio pero resuelto a no irse de allí antes de haber solucionado el enigma se dedicó a consolarse con la pesca de altura y la caza de pelícanos, las visitas a prostíbulos y las confesiones con el santero. Un día el marinero le invitó a tomar el té a su casa como agradecimiento por el kilo de goma dos que Pieter le había regalado. Al entrar en la sala su misterio se resolvió cuando trajeron un par de tortugas blancas a la salita.Para su sorpresa vio como las utilizaban como muebles. No las mataban y luego hacían una mesita con la concha, si no que las tenían vivas como sillas. Más cómodas de trasladar y último recurso en caso de hambruna. Así que se sentó a tomar el té sobre una de las tan huidizas tortugas blancas.