viernes, 26 de junio de 2009

Parto a Tumbuctú

Esta tarde parto a Tumbuctú. La ciudad legendaria, que resuena en mis oídos como lo hacía en los marineros del pasado el Cabo de Buena Esperanza, está a setentaicinco horas en autobús. Pienso ir esparciéndolas para que la falta de aire acondicionado no se me haga del todo pesada.

No sé si llegaré. Por un lado, acaba de comenzar la temporada de lluvias y durante ésta los autobuses no pueden llegar. Por otro, parece ser que el calor que hace es insoportable. Preguntándole a un Senegalés, me explicó:

“Cuando llegas a Tambacunda crees que hace mucho calor. Pero hace más calor en Bakel. Cuando llegas a Bakel crees que ya no puede existir más calor en el mundo. Pero te basta con llegar a Bamako para comprobar que estás equivocado. Si llegas a Tumbuctú en esta época del año, puedes decir con seguridad que sólo hace más calor en el infierno.”

Así que iré paso a paso, viendo como van las cosas y como me deshidrato. Ya contaré más cuando vuelva

Principio suela de zapato


Ayer decidí que si iba a viajar diez días por el interior más me valía coger fuerzas y comer bien. Llevaba más de una semana sin comer carne por lo que pensé que era el momento adecuado. No me apetecía irme hasta el supermercado ni gastar el dinero en el taxi por lo que decidí ampararme en el principio suela de zapato y comprar carne en una carnicería senegalesa.

El principio suela de zapato establece que la posibilidad de que un virus sobreviva es inversamente proporcional a lo negra que salga la carne de la sartén. Puedo decir, de acuerdo a mi experiencia, que es absolutamente cierta. Es más, si uno conseguía quitarse las imágenes de su origen de la mente, hasta estaba buena.

Dios es grande

El otro día por la noche salí con mi compañero de piso a tomar algo por ahí. Pasamos cerca de un grupo de gente que estaba cantando sentada en un corro. Entonaban una canción a coro. Mi compañero, que a estas alturas, y por el bien del blog, va a ser bautizado (muy a pesar de su madre) como Husseyn (pronúnciese Usán), me explicó que estaban cantando una Sura del Corán. El marabú se sentaba enfrente de ellos y les guiaba.

Me quedé impresionado no tanto por la fe de los senegaleses como por la belleza del canto. Por eso, cuando al de dos días se fue la luz y escuché distintivamente una melodía, fui a buscar su origen. Esta vez estaban más cerca de casa. En la calle no había más luz que la que daba la luna creciente. La melodía llegaba desde muy cerca y no tardé en encontrar su fuente. Un grupo de unas diez personas daban vueltas alrededor del marabú y cantaban siempre lo mismo sin interrupción. Me quedé un rato contemplándoles e intenté grabarles, pero estaba tan oscuro que sólo la canción ha quedado.

Al volver a casa le pregunté al novio de mi compañera de piso qué estaban diciendo. Me dijo que repetían una y otra vez “Dios es grande”.

Subiendo arena

Todas las mañanas, de camino al curro, me encuentro con cosas curiosas. Ayer, por ejemplo, comprendí cómo el ingenio puede suplir las carencias. Unos obreros que carecían de un cubo o recipiente similar me mostraron otra forma de subir arena a un segundo piso.

martes, 9 de junio de 2009

Las Horas y los Hoyos

El otro día mi compañero de curro, David, me invitó a comer a su casa. Yo acepté encantado ya que me apetecía conocer su piso. Sabía que vivía sólo y me preguntaba cómo podría permitírselo. Cuando llegué junto a mis compañeros de piso lo comprendimos. El tal piso era una habitación cuadrada de tres metros de lado. Una cama, un gran armario, una televisión y una terraza minúscula que servía de cocina era todo lo que tenía. La puerta no se podía abrir del todo porque lo impedía la cama y en el suelo tuvimos que hacer dos turnos para comer ya que no cabíamos los siete al mismo tiempo. Su novia nos había preparado un "Chef u chen" que no estaba nada malo.

Después de comer salí a la terraza-cocina-despensa. En frente de nosotros había un edificio más bajo, de una sola planta, en cuyo tejado un hombre mayor descansaba bajo la sombra de una pared y otro joven sujetaba una pala de metal. El hombre viejo llevaba un vestido blanco y gorro negro. El hombre joven llevaba unos pantalones largos rotos y oscuros y llenos de polvo y una camiseta blanca sin mangas. El hombre joven era alto, fuerte y esbelto. Comenzamos a hablar sobre los idiomas de África Occidental y su relativa importancia. David argumentaba que el Wolof sólo era predominante en Senegal pero que en el resto de los países era posible moverse con otros dialectos: el pular, el diola, el duala.... El hombre de la pala había entrado al edificio por la puerta de la azotea y ahora salía con una barra de madera en una mano y la pala en otra. Bajo el sol de justicia introdujo la barra en el soporte de la pala. El hombre mayor le dijo algo que no entendí y el joven volvió a meterse por la puerta.

Yo estaba interesado en saber si era posible viajar por todo África sabiendo tan sólo inglés y francés, ya que la mayoría de los países se habían quedado con la lengua de los colonizadores. Mientras me explicaba que en las ciudades, la gente instruida si que hablaba las lenguas coloniales, salió a la carretera el hombre joven por la puerta del edificio que daba a la calle. Apoyados en la balaustrada de la terraza vimos como dejaba caer una piedra de tamaño considerable y comenzaba a golpearla con el extremo desnudo de la barra de madera mientras su mano derecha sujetaba la base de la pala. Los golpes acompañaron un buen rato la explicación de David de que en los pueblos apenas se habla otra cosa que los dialectos locales ya que apenas hay educación. Para entonces David ya había explicado que cuando vivía en Sierra Leona su padre les sacaba de Freetown siempre que podía para hacer campaña política en los pueblos, donde de verdad estaban los votos. Los ruidos acabaron y el hombre entró de nuevo en la casa.

Sin duda no era el momento adecuado para ir a Tumbuctú. La temperatura podía llegar a más de 45 grados en el camino y ningún transporte tiene aire acondicionado. Aparte de que se tardan varios días y la temporada de lluvias está próxima. El hombre joven volvió a salir con la pala. Arrastró un poco de gravilla de la carretera con el pie y empezó a cavar. Entonces es cuando me pregunté qué querría hacer. Pensé que iba a poner un poste allí o que necesitaba la gravilla para construir algo. Para entonces nuestra conversación ya versaba sobre los idiomas más importantes del mundo y su utilidad. Concluimos unánimemente que el inglés, el español y el francés eran los más importantes por ese orden. Tampoco estaría mal saber portugués o, llegados al caso, chino e hindú. David nos habló un poco de la diáspora que había sufrido su familia durante la guerra de su país y cómo había tenido que interrumpir sus estudios.

El hombre joven seguía cavando y ya parecía que había encontrado algo. Se agachó y quitó unas piedras. Supuse entonces que lo que estaba haciendo era llegar a alguna tubería o cable para arreglarlo. Desde donde estábamos podíamos apreciar que tenía la camisa empapada de sudor y el cuello lleno de gotas. Llevaba más de una hora con ésa tarea. Como siguió cavando después de retirar la piedra ya no me quedaban más explicaciones por lo que le pregunté a David si el hombre estaba buscando agua. David comprendió la broma y se rió. Me dijo que no, que estaba cavando para meter la basura. Entonces me reí yo. Pero me miró seriamente y me dijo que era verdad. Que los basureros llevaban varios meses de huelga por que no les pagaban los salarios. Lo único que podían hacer los vecinos era llevar la basura ellos mismos al basurero, enterrarla o dejarla en casa con el consiguiente tufo. Y yo me quejaba por los cortes de agua…

Régimen Cárnico

El otro día, por azares de la vida, descubrí por fin en que consistía en realidad el régimen cárnico. Llevaba años oyendo hablar de éste método revolucionario que había permitido que carnívoros insaciables doblegaran la báscula sin mucho esfuerzo. Se trataba, según había escuchado, de comer solamente carne y nada más que carne durante un tiempo. Así, al faltar hidratos de carbono para metabolizar las proteínas de la carne el cuerpo tiene que metabolizar la propia grasa. En mi caso fue diferente.

Cansado de comer pasta y arroz necesitaba un poco de carne que echarme a la boca. Pero las carnicerías locales no me daban excesiva confianza debido a que la carne no se conserva refrigerada y a veces es difícil entreverla por la capa de moscas que tiene. Hete aquí que un amigo me re comendó una carnicería. Compré, por tanto, un solomillo de vaca para darme un buen gustazo. La carnicería era tipo europea, con neveras, congeladores y los filetes dispuestos en bandejas. Quizás esto es lo que me llenó de una confianza temeraria.

Ese mismo día llegué a casa con los jugos gástricos desfasados. Puse el solomillo en la sartén y esperé. El hornillo senegalés, consistente en una bombona de gas y un soporte para poner la sartén, tardaba bastante en hacerlo. Al fin, cansado de esperar, puse el solomillo en el plato. Estaba bastante crudo por dentro pero como a mi me gusta la carne más bien roja pensé que estaría bueno. Steak Tartar a la africana me dije. Mientras me lo comía pensaba en las palabras que el médico me dijo antes de venir: “No comas nada crudo. Y menos carne”. Como en muchas otras ocasiones de mi vida desoí estos sabios consejos ya que hacía poco había comido sushi y no me había pasado nada. Claro que dar con el hueco vacío del tambor una vez en una ruleta rusa es posible. Pero pensar que el resto de los huecos también estarán vacíos es tentar a la suerte.

Aparte de un estómago algo revuelto ese día no pasó nada. Sin embargo, cuando volví por la noche, tuve que hacer una visita al retrete. Me cayó tan bien que estuve departiendo con él gran parte de la noche, a punto de poner una almohada en la cisterna para estar más cómodo. Por la mañana ya había manchado varios calzoncillos y gritaba de malestar. Finalmente un vómito redentor me libró del sufrimiento agudo pero aún permanecí todo el día en la cama sin comer más que arroz blanco con limón por la noche.

Me miraba en el espejo y me decía que no hay nada que por mal no venga ya que me notaba más chupado y los pantalones se me caían. Aún tardé varios días en comer y beber normalmente. Esto debe de ser el régimen de carne del que se habla tanto, pensaba. Otro de estos y me quedo en los huesos. Lástima que esto no fuera más que una ilusión ya que después de dos semanas de un saludable régimen de cebada líquida y comida rápida ya estaba de nuevo en las dimensiones iniciales. Quizás, a fin de cuentas, el régimen cárnico no sirva para mucho.

Las Tortugas de San Luis

Hace unos años la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN) recibió un informe devastador sobre la disminución de especímenes de la tortuga blanca en las costas de San Luis, Senegal. Lo firmaba un corresponsal de la UNESCO, Francoise Pinord, quien se había desplazado a esta zona calificada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO para hacer pesca de altura. Desalentado porque ningún atún ni pez Marlin picaba el cebo intentó entretenerse divisando la tortuga blanca.

Según los libros de pesca mayor que llevaba consigo, era en esa época del año cuando se emparejaban las tortugas blancas. La Sangre o el Anzuelo, del alemán Helmutt Totter, explicaba que esa zona era terrible para los sedales ya que se solían encajar en el miembro de la tortuga macho. Por su parte Hemingway, en su libro Ni Gallinas Ni Elefantes: Tiburones, describía una cena en la playa servida en la concha de una tortuga blanca y aderezada con filetes de un pez Marlin de ciento cincuenta kilos.

Alarmado por la aparente ausencia de estos seres decidió hacer un estudio estadístico con la muestra representativa con la que contaba, es decir ninguna, y los datos históricos que pudo encontrar en la memoria de los locales, es decir, cero. Dado que el margen de error de este análisis estadístico era de más menos 100%, el grueso del informe se basaba en análisis cualitativos cuya fuente eran los testimonios de los locales, los cuales se preguntaban siquiera si alguna vez habían existido estas tortugas, dando a entender que el proceso de extinción de la especie se llevaba produciendo desde hacía mucho tiempo.

El informe llegó hasta el despacho de Holly Dubin, la presidenta de la UICN, en las oficinas centrales de Gland, Suiza. Puesto que era una persona extremadamente ocupada tan sólo leyó la conclusión del informe, tras lo cual llamó a su investigador predilecto, Pieter Roschild, para que dilucidara la posible extinción de la tortuga blanca en las costas de San Luis. Pieter Roschild no sólo era biólogo marino, antropólogo y supersticioso sino que además apoyaba al Milán y jugaba al bridge.

Una vez sobre el terreno, con una diarrea que a duras penas le permitía moverse con libertad, fue descartando una a una las diferentes hipótesis. Primero comprobó que no podía ser la concentración de plancton en el agua lo que había causado la desaparición de la especie, puesto que esta era la misma que en el Mar del Norte, donde, aunque no haya tortugas marinas, bien podría haberlas. Después pensó que quizás el fósforo de las minas habría contaminado el agua de la costa y por tanto convertido esas aguas en intransitables para los animales acuáticos. Pero con el uso de la lógica y una cerilla descartó esa posibilidad, ya que la llama se extinguió nada más entrar en contacto con la superficie del mar. La última explicación natural que le quedaba era que la ausencia de atunes de la que había informado Francoise Pinord fuera la causa de la rotura de la cadena alimenticia. Después de pescar diez atunes de más de doscientos kilos y un par de delfines que debieran haber sido más listos, comprobó que había igualado la plusmarca de Hemingway, y por tanto, no había habido variación desde su época. Al principio el capitán del barco puso alguna objeción al uso de la goma dos para la pesca pero cuando vio lo que hacía en el mar no quiso comprobar lo que haría en el casco de su barco.

Finalmente, la única explicación racional que le quedaba a Pieter Roschild es que el aumento de la población de San Luis de seis mil habitantes en el siglo XVI a doscientos mil en el 2008 fuera la causa de la desaparición por un desenfrenado gusto por la sopa de tortuga. No obstante, la única sopa de tortuga que encontró en la ciudad fue en un restaurante chino y vio como la sacaban de un sobre.

Superado por este misterio pero resuelto a no irse de allí antes de haber solucionado el enigma se dedicó a consolarse con la pesca de altura y la caza de pelícanos, las visitas a prostíbulos y las confesiones con el santero. Un día el marinero le invitó a tomar el té a su casa como agradecimiento por el kilo de goma dos que Pieter le había regalado. Al entrar en la sala su misterio se resolvió cuando trajeron un par de tortugas blancas a la salita.Para su sorpresa vio como las utilizaban como muebles. No las mataban y luego hacían una mesita con la concha, si no que las tenían vivas como sillas. Más cómodas de trasladar y último recurso en caso de hambruna. Así que se sentó a tomar el té sobre una de las tan huidizas tortugas blancas.