Hace unos años la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales (UICN) recibió un informe devastador sobre la disminución de especímenes de la tortuga blanca en las costas de San Luis, Senegal. Lo firmaba un corresponsal de la UNESCO, Francoise Pinord, quien se había desplazado a esta zona calificada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO para hacer pesca de altura. Desalentado porque ningún atún ni pez Marlin picaba el cebo intentó entretenerse divisando la tortuga blanca.
Según los libros de pesca mayor que llevaba consigo, era en esa época del año cuando se emparejaban las tortugas blancas. La Sangre o el Anzuelo, del alemán Helmutt Totter, explicaba que esa zona era terrible para los sedales ya que se solían encajar en el miembro de la tortuga macho. Por su parte Hemingway, en su libro Ni Gallinas Ni Elefantes: Tiburones, describía una cena en la playa servida en la concha de una tortuga blanca y aderezada con filetes de un pez Marlin de ciento cincuenta kilos.
Alarmado por la aparente ausencia de estos seres decidió hacer un estudio estadístico con la muestra representativa con la que contaba, es decir ninguna, y los datos históricos que pudo encontrar en la memoria de los locales, es decir, cero. Dado que el margen de error de este análisis estadístico era de más menos 100%, el grueso del informe se basaba en análisis cualitativos cuya fuente eran los testimonios de los locales, los cuales se preguntaban siquiera si alguna vez habían existido estas tortugas, dando a entender que el proceso de extinción de la especie se llevaba produciendo desde hacía mucho tiempo.
El informe llegó hasta el despacho de Holly Dubin, la presidenta de la UICN, en las oficinas centrales de Gland, Suiza. Puesto que era una persona extremadamente ocupada tan sólo leyó la conclusión del informe, tras lo cual llamó a su investigador predilecto, Pieter Roschild, para que dilucidara la posible extinción de la tortuga blanca en las costas de San Luis. Pieter Roschild no sólo era biólogo marino, antropólogo y supersticioso sino que además apoyaba al Milán y jugaba al bridge.
Una vez sobre el terreno, con una diarrea que a duras penas le permitía moverse con libertad, fue descartando una a una las diferentes hipótesis. Primero comprobó que no podía ser la concentración de plancton en el agua lo que había causado la desaparición de la especie, puesto que esta era la misma que en el Mar del Norte, donde, aunque no haya tortugas marinas, bien podría haberlas. Después pensó que quizás el fósforo de las minas habría contaminado el agua de la costa y por tanto convertido esas aguas en intransitables para los animales acuáticos. Pero con el uso de la lógica y una cerilla descartó esa posibilidad, ya que la llama se extinguió nada más entrar en contacto con la superficie del mar. La última explicación natural que le quedaba era que la ausencia de atunes de la que había informado Francoise Pinord fuera la causa de la rotura de la cadena alimenticia. Después de pescar diez atunes de más de doscientos kilos y un par de delfines que debieran haber sido más listos, comprobó que había igualado la plusmarca de Hemingway, y por tanto, no había habido variación desde su época. Al principio el capitán del barco puso alguna objeción al uso de la goma dos para la pesca pero cuando vio lo que hacía en el mar no quiso comprobar lo que haría en el casco de su barco.
Finalmente, la única explicación racional que le quedaba a Pieter Roschild es que el aumento de la población de San Luis de seis mil habitantes en el siglo XVI a doscientos mil en el 2008 fuera la causa de la desaparición por un desenfrenado gusto por la sopa de tortuga. No obstante, la única sopa de tortuga que encontró en la ciudad fue en un restaurante chino y vio como la sacaban de un sobre.
Superado por este misterio pero resuelto a no irse de allí antes de haber solucionado el enigma se dedicó a consolarse con la pesca de altura y la caza de pelícanos, las visitas a prostíbulos y las confesiones con el santero. Un día el marinero le invitó a tomar el té a su casa como agradecimiento por el kilo de goma dos que Pieter le había regalado. Al entrar en la sala su misterio se resolvió cuando trajeron un par de tortugas blancas a la salita.Para su sorpresa vio como las utilizaban como muebles. No las mataban y luego hacían una mesita con la concha, si no que las tenían vivas como sillas. Más cómodas de trasladar y último recurso en caso de hambruna. Así que se sentó a tomar el té sobre una de las tan huidizas tortugas blancas.
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