El otro día, por azares de la vida, descubrí por fin en que consistía en realidad el régimen cárnico. Llevaba años oyendo hablar de éste método revolucionario que había permitido que carnívoros insaciables doblegaran la báscula sin mucho esfuerzo. Se trataba, según había escuchado, de comer solamente carne y nada más que carne durante un tiempo. Así, al faltar hidratos de carbono para metabolizar las proteínas de la carne el cuerpo tiene que metabolizar la propia grasa. En mi caso fue diferente.
Cansado de comer pasta y arroz necesitaba un poco de carne que echarme a la boca. Pero las carnicerías locales no me daban excesiva confianza debido a que la carne no se conserva refrigerada y a veces es difícil entreverla por la capa de moscas que tiene. Hete aquí que un amigo me re comendó una carnicería. Compré, por tanto, un solomillo de vaca para darme un buen gustazo. La carnicería era tipo europea, con neveras, congeladores y los filetes dispuestos en bandejas. Quizás esto es lo que me llenó de una confianza temeraria.
Ese mismo día llegué a casa con los jugos gástricos desfasados. Puse el solomillo en la sartén y esperé. El hornillo senegalés, consistente en una bombona de gas y un soporte para poner la sartén, tardaba bastante en hacerlo. Al fin, cansado de esperar, puse el solomillo en el plato. Estaba bastante crudo por dentro pero como a mi me gusta la carne más bien roja pensé que estaría bueno. Steak Tartar a la africana me dije. Mientras me lo comía pensaba en las palabras que el médico me dijo antes de venir: “No comas nada crudo. Y menos carne”. Como en muchas otras ocasiones de mi vida desoí estos sabios consejos ya que hacía poco había comido sushi y no me había pasado nada. Claro que dar con el hueco vacío del tambor una vez en una ruleta rusa es posible. Pero pensar que el resto de los huecos también estarán vacíos es tentar a la suerte.
Aparte de un estómago algo revuelto ese día no pasó nada. Sin embargo, cuando volví por la noche, tuve que hacer una visita al retrete. Me cayó tan bien que estuve departiendo con él gran parte de la noche, a punto de poner una almohada en la cisterna para estar más cómodo. Por la mañana ya había manchado varios calzoncillos y gritaba de malestar. Finalmente un vómito redentor me libró del sufrimiento agudo pero aún permanecí todo el día en la cama sin comer más que arroz blanco con limón por la noche.
Me miraba en el espejo y me decía que no hay nada que por mal no venga ya que me notaba más chupado y los pantalones se me caían. Aún tardé varios días en comer y beber normalmente. Esto debe de ser el régimen de carne del que se habla tanto, pensaba. Otro de estos y me quedo en los huesos. Lástima que esto no fuera más que una ilusión ya que después de dos semanas de un saludable régimen de cebada líquida y comida rápida ya estaba de nuevo en las dimensiones iniciales. Quizás, a fin de cuentas, el régimen cárnico no sirva para mucho.
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